domingo, 1 de diciembre de 2013

Pavel Dmitrichenko se enfrenta a nueve años de cárcel


Después de un año en el purgatorio de las artes, sirviendo de pasto a los cronistas de sucesos en lugar de a los críticos de danza clásica, el ballet Bolshói encara su primer juicio final. La Fiscalía ha solicitado una condena de nueve años de prisión para Pavel Dmitrichenko, el bailarín del Teatro Bolshói acusado de ordenar un ataque con ácido contra Sergei Filin, el director artístico de la compañía, que le ha dejado casi ciego y que pone de manifiesto las guerras intestinas de uno de los símbolos culturales del país.

 El veredicto se conocerá pasado mañana, aunque pocos confían en que sirva para exorcizar los demonios que habitan entre los dos bandos enfrentados por traiciones, dinero y hasta acusaciones de corrupción. 

Dmitrichenko es un antiguo primer bailarín del Bolshói, pero desde hacía tiempo ni él ni su novia conseguían los papeles que ambicionaban. Él fue el hombre que pidió dar un escarmiento al admirado director. Su móvil «fue un conflicto que mantenía con Filin», dijo la fiscal el viernes, pero no fue la mano ejecutora. La fiscal ha solicitado una condena de diez años de prisión para Yuri Zarutski, acusado de tirar ácido a la cara del director artístico de la institución, Sergei Filin, el pasado mes de enero, y seis años de cárcel para Andrei Lipatov, acusado de conducir el coche en el que huyeron. 

Desde el ataque, Filin ha regresado a su trabajo en el Teatro Bolshói, aunque tiene que llevar gafas oscuras y ha necesitado más de 20 operaciones para poder conservar algo de vista. Desde su entorno admiten que está casi ciego, así que ha delegado sus funciones. 


Dmitrichenko ha reconocido que dio el visto bueno a Zarutsky para que «golpease» a Filin, pero no para que le tirase ácido en la cara. Se escuda en que lo que quería es que el director recibiese una paliza. El ácido maldito –que ha desgarrado la cara de Filin pero también ha servido para exponer las veteranas vergüenzas del Bolshói– fue según él una aportación del autor material, que así lo ha confirmado. «No soy una persona vengativa. Somos artistas, somos gente apasionada y las emociones forman parte de nuestra profesión», dijo el bailarín. 

Desde su fundación en 1776 el Bolshói ha sido motivo de orgullo para un país capaz de venerar a sus bailarines como a estrellas de rock. La inicial división entre tradicionalistas e innovadores que afloró con las últimas zozobras de la URSS se ha cronificado en forma de vasallajes enfrentados. 


La bailarina Anastasia Volochkova, que lleva 10 años fuera de esas tablas, ha denunciado en este periódico que algunas chicas eran obligadas a acostarse con benefactores para poder salir de gira. En la cúspide de esa pirámide alimentaria estaba Filin, adorado y odiado a partes iguales. El bailarín Nikolai Tsiskaridze, que siempre aspiró al puesto de su odiado director y ha sido el líder de buena parte de los tutús sublevados, lo define como «un presumido y un histérico».

Tan conocido era su enfrentamiento, que fue defenestrado en el ballet después del suceso por ser señalado como uno de los sospechosos por la dirección: «Ya no trabajo allí, como usted bien sabe, y no puedo decir mucho más», explicaba anoche Tsiskaridze sobre su paso por el Bolshói, un lugar «donde bajo el mandato de Filin floreció el nepotismo». De hecho, durante el juicio, Tsiskaridze defendió a Dmitrichenko porque «peleaba por los derechos de los que no tenían casi nada», en referencia al papel de defensor de los bailarines.detector de mentiras».

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