martes, 2 de julio de 2013

Euforia gay en Manhattan


El orgullo gay nació hace 44 años a las puertas de uno de los bares homosexuales que el clan de los Genovese regentaba en el Village neoyorquino. Se llamaba Stonewall Inn y su nombre evocaba el título de las memorias de una escritora lesbiana. Sus cristales negros escondían una gramola, una máquina de cigarrillos y un cuarto trasero donde los homosexuales se drogaban y bailaban hasta el amanecer. 
Fue una redada rutinaria la que prendió en Stonewall la chispa de la rebelión el 27 de junio de 1969. El objetivo de la Policía era arrestar al gángster Skull Murphy como responsable de una trama de chantaje a financieros gays. Pero los clientes del bar no se fueron acobardados como otras veces y empezaron a arrojar centavos a los agentes de la autoridad. 

Los disturbios se extendieron durante cinco días y transformaron para siempre el movimiento homosexual de Nueva York, que al año siguiente celebró el primer desfile del orgullo gay de la Historia entre el Village y Central Park. Desde entonces la marcha fue creciendo en número y en relevancia y vivió ediciones tan emotivas como las de los años de la epidemia del sida en la ciudad. Pero nunca hubo tanto júbilo como en el desfile que se celebró ayer por las calles de Manhattan. La primera después de la decisión en la que el Tribunal Supremo legalizó el matrimonio gay en California y protegió los derechos de los cónyuges homosexuales en todo el país. 

El evento contó con la presencia del alcalde Michael Bloomberg y el actor Harry Belafonte y fue la guinda de un fin de semana en el que Lady Gaga entonó el himno nacional a orillas del Hudson y en el que el Empire State se vistió con los colores del arcoíris para celebrar la igualdad homosexual. 
Y sin embargo, la protagonista absoluta del desfile fue la octogenaria Edith Windsor, cuya denuncia ante el Supremo propició el fallo que ha asegurado las herencias, las pensiones y los permisos de residencia de miles de casados gays. A Windsor la habían elegido «gran mariscal» del evento y desfiló al inicio de la comitiva en un descapotable rojo, flanqueada por sus abogadas y arropada por los gritos de miles de personas que aplaudían a rabiar al verla saludar. 

Muchos activistas neoyorquinos lucían caretas o abanicos con el rostro de Edith. Pero ninguno logró tantos vítores como la anciana, enfundada en prendas de lino blanco y protegida del bochorno por un elegante sombrero de paja y unas gafas de sol. «Todos jugamos en el equipo de Edie», rezaban las pancartas reconociendo el hito que su denuncia ha supuesto para el movimiento homosexual. 
La marcha no la abría Edith, sino un doble arcoíris de globos y un joven con unas plumas de indio y un taparrabos de color carne. Detrás desfilaba un hombre disfrazado de mago ondeando la bandera de España y un barbudo travestido con un vestido con los colores de la bandera colombiana y un loro de carne y hueso pegado a su sombrero gris. 

Las calles del Village se llenaron de plumas, música y jolgorio. Pero también de adolescentes, niños, sillas de ruedas y bastones que reflejaron el rostro cambiante del movimiento gay, integrado, maduro y cortejado por grandes empresas como la aerolínea Delta o los bancos Citibank o Wells Fargo, cuyas carrozas desfilaron junto a los activistas por las calles de la ciudad. 

Entre los políticos presentes se encontraba el gobernador Andrew Cuomo, que firmó hace dos años la ley que autorizó los matrimonios entre personas del mismo sexo en Nueva York. Pero no se dejaron ver los aspirantes que compiten este año por suceder al alcalde Bloomberg. Ni siquiera la lesbiana Christine Quinn. 
El desfile concluyó en los muelles del Hudson: el lugar donde los homosexuales iban en busca de sexo casual cuando no les dejaban entrar en los hoteles y donde muchos se contagiaron el sida o murieron apuñalados por un ladrón. Allí cantó Cher y bailaron miles de personas. Pero el instante más emotivo llegó unas horas antes cuando el descapotable rojo de Edith Windsor pasó por la puerta de Stonewall, decorado con un corazón arcoíris junto al skyline de Nueva York. Varios agentes de policía custodiaban el coche en el lugar donde habían estallado los disturbios. En la muchedumbre nadie les arrojaba centavos. Sólo tenían ojos para Edith.

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