El tabaco no es el único enemigo del pulmón. Fumar otro tipo de humo, el aire contaminado, también incrementa el riesgo a desarrollar esta enfermedad. Y no sólo ésta, también otras afecciones respiratorias y patologías cardiovasculares que, en definitiva, reducen la esperanza de vida de las poblaciones que respiran en ciudades contaminadas.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año mueren más de dos millones de personas en el mundo por la contaminación. Consciente de los riesgos, la UE introdujo en los años 70 una normativa para estipular los límites máximos permisibles de los contaminantes más peligrosos, fundamentalmente procedentes del tráfico y la industria, entre otros: las partículas de suspensión de determinados tamaños (PM2.5 y PM10), óxidos de nitrógeno y el ozono troposférico, un contaminante originado a raíz de otros.
Aunque la cantidad de algunos contaminantes ha descendido, aún queda mucho por hacer, empezando por España que, al igual que otros Estados miembros, no hace más de dos meses recibió un buen tirón de orejas de Bruselas por no cumplir la legislación sobre algunos contaminantes como el dióxido de nitrógeno. «España es un país claramente incumplidor», afirma Francisco Segura, coordinador de Ecologistas en Acción. Ciudades como Madrid, Barcelona o Sevilla superan los niveles legales, principalmente «aquellas con mayor carga de tráfico y presencia de industrias, refinerías, centrales térmicas –sobre todo de carbón–», argumenta este experto. Precisamente por su concentración en centrales térmicas –la quema de combustible es una de las principales fuentes de las partículas en suspensión–, Asturias rebasó durante 2011 los niveles permitidos de PM2.5 y PM10. Si la legislación europea marca que las PM10 no pueden sobrepasar los 50 microgramos por metro cúbico durante más de 35 días al año, hubo zonas, como Gijón, que alcanzaron este valor 107 días, más del triple de lo permitido.
Según un estudio que acaba de difundir la revista The Lancet Oncology, estas partículas son peligrosas cuando los niveles son altos pero, «incluso cuando están por debajo de los valores límite de la Unión Europea, si la exposición es prolongada, conllevan un significativo aumento del riesgo de cáncer de pulmón», concretamente del adenocarcinoma, «el único de los cuatro tipos que también se desarrolla en un número sustancial de no fumadores». Así lo explica a EL MUNDO Mark Nieuwenhuijsen, investigador del programa de Contaminación Atmosférica del Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL), que ha participado en este trabajo.
Las partículas en suspensión (procedentes especialmente de los vehículos diésel, la industria y la calefacción doméstica) pueden penetrar profundamente en los pulmones, pasar a la sangre y dañar muchos sistemas orgánicos. «Cuanto más pequeñas (PM2.5), más perjudiciales», señala el coordinador de Ecologistas en Acción.
Para averiguar hasta qué punto inciden sobre la salud los óxidos de nitrógeno y las partículas en suspensión, Ole Raaschou-Nielsen ha coordinado en la Universidad de Utrecht (Países Bajos) a un equipo internacional de investigadores. Tras analizar 17 estudios de nueve países europeos, con casi 313.000 personas, observó que 2.095 ciudadanos habían desarrollado cáncer de pulmón en el transcurso de los 13 años de seguimiento. Mediante un modelo estadístico que excluía los casos debidos a otros factores de riesgo como el tabaquismo, la dieta y el tipo de trabajo, «el análisis encontró que por cada aumento de cinco microgramos por metro cúbico de contaminación de PM2.5, el riesgo de cáncer de pulmón incrementaba un 18% y por cada ascenso de 10 microgramos por metro cúbico en la contaminación por PM10, las probabilidades subían un 22%». Por el contrario, «no se encontró ninguna asociación entre óxidos de nitrógeno y este tipo de cáncer», subraya Nieuwenhuijsen.
La normativa europea establece el límite de las PM10 en una media de 40 microgramos por metro cúbico anual y de las PM2.5 en 25. Sin embargo, la OMS recomienda que el valor máximo de las partículas más pequeñas no sea más de 10. Como resalta el investigador, «la Unión Europea permite más del doble de lo que recomienda la OMS». Dado que «el riesgo persiste en concentraciones por debajo de los límites establecidos y que no hemos encontrado un umbral por debajo del cual no haya riesgo», quizás sería aconsejable, en primer lugar, revisar la normativa, y, sin duda, que todos los Estados miembros cumplan con las leyes.
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