A la hora del cambio, en el brinco de moto a moto que estuvo ensayando toda la mañana, como un gimnasta sobre el potro, se pusieron de manifiesto todas las virtudes de Jorge Lorenzo. Su determinación, su estrategia, su velocidad, su ímpetu. No se va a dar por vencido. El balear no se va a rendir. No va a ceder el testigo ni arrojar la toalla sin vaciarse sobre el asfalto.
Es la sexta victoria de una temporada que le enfilaría hacia su tercera corona mundial si no fuera por la pujanza de Márquez, pero también si no le hubiera visitado la mala fortuna, aquella clavícula rota en el circuito de Assen, que se volvió a dañar dos semanas después en Sachsenring. El ecuador del curso arruinado, entre operaciones y rehabilitación, mientras el recién llegado se hacía con los mandos de la nave. Lorenzo, que lo tenía todo perdido –tras la carrera en Brno estaba a 44 puntos–, se encuentra ahora más cerca que nunca (a 18, después de tres victorias, un segundo y un tercero en las últimas cinco citas) y, sin embargo, sigue el título siendo una quimera para él. «Es difícil de creer que nosotros ganemos en Motegi y él haga tercero y en Valencia igual, pero es una posibilidad. Difícil de que ocurra pero podemos aferrarnos a ella o que sucedan cosas más extrañas», confesaba ayer.
«Las posibilidades de equivocarse hoy [por ayer] y hacer un cero eran altísimas, más altas que en una carrera normal», afirmó Lorenzo que hablaba por él mismo, ya calmada la euforia. «Soy bastante despistado en estas cosas y estaba preocupado de pararme una vuelta más tarde, pero al final le ha sucedido a Marc. Sin ese error igual no hubiésemos ganado. Porque él estaba muy fuerte», recalcó.
En Phillip Island, donde nadie que no fuera Casey Stoner había ganado en los seis años precedentes, el balear firmó una mañana en la que combinó el coraje con la perfección para un cifra redonda, el triunfo 50 de su carrera. Determinado desde el amanecer, desde la salida desde la pole, Lorenzo dio un tirón inicial que no fructificó, pues las Honda rápido le controlaron. Pero siguió en cabeza y, en el momento de la verdad, donde la prueba tomaba forma de partida de ajedrez, donde todas las opciones de Márquez quedaron esparcidas por el asfalto por un absurdo error, y donde también falló Dani Pedrosa –pisó la línea en la salida del pit lane y fue penalizado, teniendo que dejar su segunda a plaza a Márquez en la reanudación–, él manejó la situación como un maestro.
En la previa, Lorenzo, que también había tenido que lidiar todo el año con la desventaja de su Yamaha, había pedido un resquicio para seguir en la puja, no una caída del rival, pero al menos una «avería». Bien, pues tuvo el segundo borrón de Márquez, el que aumenta sus posibilidades. Él mismo las calibra: «Marc es el favorito sin duda, con mucha ventaja, pero menos que antes, pues en donde antes teníamos un uno, dos o tres por ciento de posibilidades ahora tenemos un 20, 25 o 30 por ciento».
«He compensado un poco mi mala suerte», concluía. O mucho, porque también pudo terminar por los suelos cuando, por una mala frenada suya –así lo reconoció– se tocó con Marc Márquez cuando éste se incorporaba desde la salida de boxes.
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