miércoles, 19 de diciembre de 2012

Catorce niños de la masacre de Newtown murieron abrazados



Barack Obama se sumó el pasado domingo al tercer día de funeral en Newtown. El presidente participó en un oficio religioso en el que tomaban parte miembros de diferentes confesiones para honrar a las víctimas de la matanza de la escuela de Primaria del pueblo: 20 niños de seis y siete años y ocho adultos, entre ellos el autor de los asesinatos, Adam Lanza. 
Obama pasó más de dos horas reunido a solas con las familias. El presidente de EEUU está afectado personalmente por la tragedia y, según la Casa Blanca, había escrito la mayor parte del discurso que leyó en el acto. 

La visita de Obama sólo recalcó el funeral eterno en el que Newtown y toda la comarca -una de las más ricas de EEUU- viven desde el viernes. El pueblo ha retirado todos los adornos de Navidad. En la cafetería de la cadena Starbuck's de la localidad no hay hilo musical. Las iglesias y los centros religiosos de otras confesiones -como mezquitas y sinagogas- del área llevan días convocando a los fieles. «Se ha extendido una enorme red de apoyo», explicaba la pastora Kathie Adams-Syteven, de la iglesia episcopal, que ha celebrado varios oficios en los que da la bienvenida a todos los miembros de cualquier fe. 

Otros optaron por crear su propio homenaje: el padre de dos ex alumnas del colegio lanzó al cielo 20 globos amarillos -uno por cada niño- y ocho azules -por cada adulto, incluyendo al asesino- y dijo a la prensa: «Espero que les alegre ver esto en el cielo». Son los colores de Newtown. 

La gran cuestión ahora es qué va pasar con la regulación de las armas de fuego. Al cierre de esta edición, Obama -que ayer fue a un ensayo de ballet de su hija pequeña Sasha antes de viajar a Connecticut- ha sido calculadamente vago en esta materia. Por ahora, los más exigentes son los alcaldes de grandes ciudades, como Michael Bloomberg, de Nueva York, y Rahm Emanuel, de Chicago. 
El debate se centra en las armas de fuego semiautomáticas, que Billl Clinton prohibió pero que volvieron a ser autorizadas en 2005. Este tipo de fusiles y pistolas son muy usados en asesinatos masivos como el que tuvo lugar en un cine de Aurora, en Colorado, en el que murieron 12 personas en julio. 

Lanza usó un arma similar a la empleada por James Holmes, el asesino de Aurora, que a su vez es una copia del fusil ametrallador estándar del ejército de Tierra de EEUU en Afganistán. Primero, asesinó a su madre, Nancy. No hay ningún detalle oficial, pero parece que la mató de dos balazos en la cabeza mientras dormía. Después, tomó su coche y condujo hasta la escuela de Primaria del barrio de Sandy Hook. Es un viaje de unos 20 minutos, por una carretera de dos carriles entre viviendas unifamiliaries, y prados y bosques. 

Adam dejó el coche en el aparcamiento de la escuela. Eran las 9.40, y hacía diez minutos que la jornada escolar había comenzado. Las puertas del centro no se pueden abrir desde fuera, así que disparó seis tiros con su rifle de asalto hasta que reventó una puerta y pudo entrar, según el diario local Hartford Courant. 
El pasillo de la entrada daba a tres puertas: la del despacho de la directora, Dawn Hochsprung, que no se encontraba en él, enfrente; a la derecha, la cafetería, donde 25 niños estaban ensayando una obra de teatro; y, a la izquierda, el corredor en el que estaban las clases de primer curso de Primaria. Lanza torció a la izquierda, y vio que corrían hacia él Hochsprung y la psicóloga del centro, Mary Scherlac. Ambas estaban en una reunión con la madre de un alumno y habían oído los disparos. Las mató a quemarropa con su rifle que, a día de ayer, parecía ser la única arma que empleó. 

Para entonces todos sabían que algo pasaba. Y, dado que en las escuelas de EEUU se realizan simulaciones de emergencia unas cuatro veces al año, profesores y alumnos ya sabían lo que tenían que hacer: estar quietos, callados, bloquear las puertas y esconderse en un sitio seguro lejos de ventanas u objetos peligrosos. 

Lanza fue directamente a la segunda clase. Entró y vio que estaba vacía. Se dirigió entonces al aseo del aula. Allí estaban 14 niños de seis y siete años, abrazados, en silencio, con su profesora -Lauren Rousseau, que estaba sustituyendo a la titular, de baja por maternidad- y una educadora especial. 
Adam Lanza les ametralló con su arma hasta no dejar a ninguno vivo. Media hora después los policías se encontraron 13 cadáveres de niños. Todavía estaban abrazados. Uno de ellos gemía. Murió en la ambulancia, camino del hospital. «Había 14 pequeños abrigos colgados de 14 perchas», relató un policía sin identificar al Hartford Courant. 

Adam se dirigió entonces a la siguiente aula. Sólo estaban la profesora, Victoria Soto y otra docente. Les preguntó dónde estaban los niños. Soto mintió y dijo que estaban en el polideportivo. Entonces se produjo el pánico. Los 13 alumnos estaban escondidos en el vestidor de la clase y seis de ellos trataron de escapar corriendo. El asesino, haciendo gala de la buena puntería producto de sus frecuentes visitas al campo de tiro en compañía de su madre, mató a los niños, y a las dos maestras. 
Habían pasado 10 minutos, y las sirenas de la policía estaban empezando a oírse. También se escuchaban otras cosas. El sistema de comunicación interna estaba abierto, y todos los disparos había sido escuchados a través de la megafonía. 

Los niños murieron en silencio. Cuando la policía llegó a la clase de Soto se encontró a los siete supervivientes en el armario, petrificados, frente a los cadáveres de sus seis compañeros, sus dos maestras y Adam Lanza. El último disparo que se oyó fue el que mató a Adam cuando las sirenas de la policía estaban llegando al aparcamiento en el que había dejado el coche de su madre.

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