Músicos con darbukas o panderetas ataviados con sus pulcras chilaba, sabios estudiosos del Corán y otros personajes típicos marroquíes se agolpan en el colorido taller de Ahmed Katari, a las afueras de Rabat.
Todos moldeados por sus manos, y desde hace un tiempo también por las de sus hermanos y su hijo. «Somos una familia de artistas». Si uno se fija bien, pronto llaman la atención entre todas sus creaciones las réplicas del portal de Belén que salpican sus estanterías. «Empecé a hacerlos hace unos años». A pesar de las críticas de algunos de sus vecinos. «Para mí, se trata de escribir historias; pero en lugar de hacerlo con tinta lo hago con la arcilla», explica Katari con orgullo al tiempo que asegura que es el primer marroquí que esculpe belenes. «No lo hago por el dinero; lo hago porque soy un artista y quiero dejar algo de mi obra para el futuro». Además, señala, «no hago más de dos o tres completos al día; dan mucho trabajo, incluso los más pequeños».
La historia del Belén «es diferente en la Biblia y en el Corán, y lo único que hago es reproducir un pasaje bíblico, el que cuenta cómo María y José atravesaron Israel a los lomos de una mula para terminar en el establo de una posada, donde nació Jesús». Algunos marroquíes se preguntan «por qué hago pequeñas figuras que representan una escena que para ellos no es cierta, pero a mí me gusta rebuscar en historias de este tipo y esculpirlas; ahora estoy investigando la etapa musulmana de Granada».
Incluso su padre, del que heredó el oficio de alfarero, le recomendaba no esculpir figuras. «No está bien visto, pero yo escondía las cosas que iba haciendo en algún rincón de la casa, las cocía cuando nadie se daba cuenta y luego viajaba hasta Casablanca para venderlas a un comerciante».
Este año ha dado forma a casi un centenar de belenes y los ha vendido todos, desde los más pequeños, que vende a unos 150 dirhams (unos 13 euros) a los más grandes, a 300 dirhams (26 euros). Aunque tiene otros mucho más elaborados.
Tras la afable sonrisa de este marroquí que se declara musulmán, trasluce un discurso de tolerancia hacia todas las religiones. Lo demuestran un grupo de tres figuras que se repite mucho en su obra y que representan a tres hombres agarrados del brazo. Uno porta una cruz cristiana y los otros dos los símbolos musulmán y judío.
«Estoy seguro de que algún día el mundo vivirá en paz y todos podremos darnos la mano en armonía», confía. Uno de sus sueños. «Espero que no sólo de arcilla».
Hola: me ha encantado el post, gracias por compartirlo. Estoy buscando la ubicación del taller de este artista en Rabat pero no lo encuentro. ¿Me podría dar alguna indicación? Muchísimas gracias (shiard @ gmail.com)
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