«Nosotros no subimos el IVA». «Los mejores precios aquí». «Liquidación por cierre». Quien pasee por las calles madrileñas estará más que habituado a este tipo de mensajes que adornan los escaparates de cientos de tiendas. La guerra de los precios y el reciclaje de locales por la crisis ya lleva tiempo ocurriendo y, de momento, parece que en algunas zonas ya hay ganadores, sobre todo en el caso de la oferta de textil y calzado.
El pequeño comercio en Madrid resiste, o al menos lo intenta. La calle Bravo Murillo es un ejemplo de ello. Oasis del calzado y la ropa, muchos de los locales han mudado de dueño. Donde antes había una ferretería de esas de «toda la vida», ahora hay un bazar de todo a 100, o alguna gran cadena conocida de ropa.
Desde la Glorieta de Cuatro Caminos, el nuevo panorama comercial se va haciendo cada vez más evidente conforme la calle se acerca a Plaza de Castilla. Y mientras unos pierden territorio, otros lo ocupan. Es el caso de los cada vez más abundantes negocios de origen chino que sustituyen al pequeño comerciante. Ropa, calzado, centros de estética... todo a precios muy por debajo de la media.
Mulaya, Linong o Cheng Sheng son algunas de las tiendas que incluso se repiten en un tramo de 500 metros. Ropa y calzado, desde tres euros. «No te puedes meter en su guerra de precios», afirma Francisco, dueño de la lencería Henar, abierta desde 1983. «Nosotros tenemos una clientela fija, pero aun así hay productos en los que pierdes consumidores. Hay muchos negocios que han cerrado, y lo seguirán haciendo. Justo al lado hay una zapatería de toda la vida que va a cerrar y se le quedarán los chinos», añade.
Generaciones de comerciantes que se instalaron en los años 60, 70 y 80 y que ahora no tienen más remedio que tirar la toalla. Otros, simplemente, prefieren retirarse. Como la tienda de ropa Jema, que en los próximos días dejará de existir.
«En esta zona el pequeño comercio está muriendo, ya no es como antes», reconoce Pablo, empleado de la zapatería Iris, en la que lleva trabajando 35 años. «Venden a un precio menor, sí, pero la calidad no es la misma. Muchas veces vienen a dar una vuelta por la tienda, hacen que miran para comprar, pero en realidad cogen ideas para copiar y vender zapatos similares, pero en plástico». «Es verdad que tienen unos botines iguales a los de otras cadenas de tiendas, como Blanco o H&M, y más baratos», dice una clienta.
Una competencia que se ha agrandado en los últimos meses por la puesta en marcha de la liberalización de horarios. «Cuanto más tiempo estemos abiertos, más dinero perdemos. La medida sólo beneficia a los clientes», defiende Pablo.
Parece que, en momentos complicados, la salvación está en la especialización, en ofertar un producto que estos negocios low cost no pueden vender por su precio superior. Es el caso de El Ferrocaril, una tienda de calzados ortopédicos especiales que lleva abierta desde principios de los 70. «A nosotros no nos afecta. Es el arma que tenemos, por el precio y la calidad del mismo no tenemos una competencia directa», explican sus empleados.
Mientras, las asociaciones de comerciantes intentan garantizar la supervivencia del empresario. «Nosotros lo que pedimos es que sean las mismas reglas del juego para todos», desvela Hilario Alfaro, presidente de la Confederación de Comercio de Madrid (COCEM).
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