lunes, 15 de abril de 2013

Al Qaeda vuelve a sembrar el terror en África



Al Shabab, la marca de Al Qaeda en el cuerno de África, ha vuelto a alfombrar de cadáveres la tímida y difícil pacificación de Somalia. Ayer, los terroristas asesinaron al menos a 34 personas en una cadena de atentados, la peor de los últimos dos años, que sacudieron desde los nuevos juzgados del estado somalí hasta la arteria principal de Mogadiscio, donde murieron dos ciudadanos turcos en un ataque suicida. 
Los objetivos de estas explosiones no son casuales. El primero de ellos, las cortes somalíes, supone un claro cuestionamiento de la justicia que pretende implantar el Gobierno Nacional de Transición, el primer intento serio de poner algo de orden en el enorme caos de este estado fallido. 

El segundo ataque también busca debilitar al presidente Hassan Sheikh y a todos los que le apoyan. El Gobierno turco, junto con el chino y el qatarí, está invirtiendo millones de euros en la reconstrucción de la ruinosa capital somalí, destruida por 22 años de continuas guerras. De ahí que el ataque del suicida fuera contra los dos trabajadores otomanos. 
Tampoco es casual que la bomba estallara frente al hotel Peace, el refugio-fortaleza de todos aquellos extranjeros (periodistas y cooperantes, en su mayoría) que visitan Mogadiscio. En su perfil de twitter, Al Shabab señalaba a los turcos como «nuevo objetivo legítimo» por su ayuda «al gobierno de los apóstatas» así como a otros ciudadanos extranjeros. 

La realidad para Al Shabab es que, a pesar de lo sangriento de sus ataques, se encuentra en su peor momento desde que conquistó Somalia tras la caída de la Unión de Tribunales Islámicos en 2006. Las tropas de la Unión Africana (ugandeses y burundeses) han empujado a los yihadistas no sólo fuera de Mogadiscio, sino que les ha arrebatado sus dos bastiones de Merca y Kasmayo.
Sus vías de financiación están al límite. Entregada ya su principal fuente de dinero en 2010, el bullicioso mercado de Bakara (lugar en el que los estadounidenses perdieron dos helicópteros Blackhawk en 1991 y 19 soldados), los shababs ocupan hoy apenas una franja de terreno desértico entre la región de baja Shabelle y la frontera con Kenia. Las bases piratas están destruidas o vigiladas, el tráfico de kat, la droga local, está en manos de otros señores de la guerra y ya no controlan el lucrativo negocio de la gestión de residuos tóxicos, que sirvió para que la camorra napolitana envenenara esa parte del Índico pagando comisiones a la franquicia yihadista. 

Su única fuente de ingresos, al margen del dinero que le envíe la matriz de Al Qaeda, es la venta de carbón vegetal para cocinar a base de árboles quemados, que contribuye aún más a la desertización de esta zona del cuerno de África castigada con hambrunas bíblicas. 
Aunque quizá resultó precipitada la declaración del presidente somalí, hablando de una «victoria total» sobre Al Shabab hace tan sólo un mes, la furia terrorista desatada en las últimas semanas muestra que estamos ante los últimos coletazos de una organización asfixiada y sin futuro. 

Paralelamente, la ciudad de Mogadiscio se despereza de una pesadilla que ha durado más de dos décadas. Sigue siendo la ciudad más peligrosa del mundo pero, incluso con ese enorme handicap, su gobierno ha conseguido restaurar barrios enteros, alumbrar sus avenidas principales, construir varios hoteles de lujo frente a las impresionantes playas del Índico y apaciguar a los señores de la guerra para que remen todos en la misma dirección. Hasta han vueltos los conciertos y el ocio nocturno, algo impensable hace meses en este Stalingrado del cuerno de África.

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