Junto a un edificio en el barrio de Recoleta, unos vecinos hurgaban entre los objetos que María del Carmen Cerruti había sacado a la calle. La madre de Máxima, la cautivadora mujer que está a punto de ser ungida reina de los Países Bajos, se acababa de deshacer de los trastos que desbordaban el apartamento. La gente rebusca por si aparecía un cuaderno, una foto, un juguete de la primera argentina que se mezcla con la realeza europea. Cualquier souvenir que hallaran valdría una fortuna.
Mientras, el conserje confió a la prensa que mañana martes hará falta mucho espacio, pues unas 20 personas vendrán a saludar «a la señora y a su marido», con motivo de la entronización de su hija. La mayoría de esos amigos y familiares –incluidos los otros tres hijos del matrimonio– se quedarán a ver la transmisión de la ceremonia.
Para muchos argentinos, sobre todo los más cercanos a la familia, que el matrimonio no pueda asistir a la coronación de su hija en Ámsterdam es un despropósito. Ya se consideró demasiado castigo que los holandeses los privaran de estar en el casamiento de Máxima con el entonces príncipe heredero, Guillermo Alejandro, en febrero de 2002. El primer ministro Wim Kok decidió que Jorge Zorreguieta, el padre de la novia, no podría asistir a ningún acto público de la corona por el vínculo que tuvo con la dictadura de los años 70.
Por encargo oficial, el historiador Michiel Baud investigó el pasado de Zorreguieta, hallando que en abril de 1976, el general y presidente de facto Jorge Rafael Videla lo nombró ministro de Agricultura. Holanda, con su tradición de defensa de los derechos humanos, no podía tolerar que un ex funcionario de la dictadura más sanguinaria de Latinoamérica, pisara el palacio Huis ten Bosch.
La reina Beatriz pagó una suite en el hotel Ritz de Londres, para que sus consuegros al menos pudieran seguir la boda desde una capital europea. «Los tengo en mi corazón y cuidaré de vuestra hija», dijo la monarca a María del Carmen, en una conversación previa al enlace, según cuenta el libro Máxima, una Historia Real, de los autores Soledad Ferrari y Gonzalo Álvarez.
Beatriz hizo todo para aliviar el dolor de Máxima, a quien profesa un afecto sin límites. Pero la novia no pudo contener las lágrimas cuando, a petición suya, la orquesta interpretó Adiós Nonino, el tango predilecto de su padre, quien lo escuchó llorando como un niño en los brazos de su esposa. Era el homenaje a distancia que rendía Máxima a la persona que hizo toda suerte de malabarismos con su ajustado presupuesto, para que ella pudiera estudiar en el Northlands, un colegio de señoritas al norte de Buenos Aires.
Coqui y María Pame, como los llaman sus conocidos, eran un matrimonio de la clase media acomodada. El agente internacional de aduanas ganaba bien pero no lo suficiente para estar a la altura de los magnates que enviaban a sus hijas al colegio más caro de la capital. «Jorge y su esposa, de 70 años, se privaban de todo para que Máxima se codeara con lo más granado de la sociedad. Tenían grandes expectativas puestas en la chica que destacaba en matemáticas», cuenta el citado libro.
Aparte de dar una privilegiada educación a la primogénita y a sus hermanos Martín (40), Juan (29) e Inés (27), los Zorreguieta-Cerruti llevaban una vida relajada con vacaciones de verano en Punta del Este (Uruguay) y de invierno en el centro de esquí de Catedral (Argentina).
La fachada que sostenían a duras penas rindió sus frutos. Máxima trabajó de economista en dos importantes bancos de Nueva York y una ex compañera de colegio, Cynthia Kaufmann, le presentó al que sería su esposo de sangre azul.
La casa real invitó a los hermanos y a la abuela de Máxima al gran evento. Pero ellos declinaron el honor, en solidaridad con el proscrito Coqui, el anciano de 85 años que cede el asiento a coetáneos y embarazadas, cuando viaja en autobús.
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