La heráldica en el fútbol no es como en la nobleza, no es vitalicia. Ahí abajo, en el campo, la jerarquía es una condición que se gana cada día. Es algo que España tiene presente, y sobre todo su entrenador, pero que seguro no olvidará después de partidos como el del Calderón, al que llegó en almibar, por los elogios del vecino, y del que salió como la mayonesa de la batidora. No sabía dónde estaba, ni por qué había empatado. La jerarquía que no tiene esta joven Francia es precisamente el valor intangible que la sostuvo muchos minutos en el marcador, mientras el campo decía otras cosas. No hablaba de mala fortuna, sino de una España descosida por un rival mejor. El camino hacia Brasil va exigir a la campeona, y esa es la receta para que no olvide cómo y por qué lo fue.
Después de 24 victorias consecutivas en fases de clasificación, todas desde que Vicente del Bosque es seleccionador, llega un empate que no significa, en absoluto, ningún punto de inflexión, sólo una oportunidad para reflexionar, y no tanto por el resultado como por lo sucedido en el campo. Es extraño ver a España superada como lo estuvo en la segunda mitad, sin seguridad en defensa, ni claridad en ataque. A los infortunios de Silva y Arbeloa no correspondieron las prestaciones de sus sustitutos, Cazorla y Juanfran, señalado por la jugada del empate. Tampoco aportó lo esperado la entrada de Torres. Del Bosque fue fiel a su librillo, y es de suponer que no al escenario, cuando la selección pedía, quizás, más plomo.
Fue un desenlace inesperado tras lo que sucedió en la primera mitad, con una Francia sostenida por su portero y una alienación fiel al buen y último acto, en Minsk. Pedrito estaba entre los elegidos, porque hay cosas que Del Bosque no negocia con los galones. Son la forma, el vigor, el ánimo y, por supuesto, el gol. Es un ejercicio enormemente difícil en una selección cuya alineación se hace sola, como todas las de aquellas que entran en la historia, y ahí es donde reside su peligro, el riesgo de morir de éxito. Frente a esa lógica que es la trampa del fútbol, el técnico intenta oponer un acuciado sentido de la justicia, y éste le decía Pedrito. La incógnita es, si al final, también le decía Torres.
El canario empezó en la derecha, pero despertó en la izquierda. España jugó muchos minutos con una banda ciega, aunque le bastó para dominar a una Francia inicialmente formada como un pelotón. Tan sólo aparecía Lloris, uno de los porteros de referencia mundial. Lo demostraría con una reacción felina al penalti lanzado por Cesc, y posteriormente en un doble remate de Pedrito y del falso nueve. Bajo esa portería hay reflejos, posición y sobriedad. Hay categoría.
Antes de cambiar de banda, Pedrito intervino providencialmente en la jugada que permitió a España adelantarse. Fue en un córner mal medido por la defensa gala. Sergio Ramos remató en solitario al palo y de la misma forma encontró el siguiente rechace de Lloris, después de que el canario persiguiera el balón que buscaba la banda. Nada más permutar su posición, esa misma fe le hizo porfiar por otra pelota y provocar que Koscielny lo arrollara con un penalti de bulto, del que ya hemos mencionado el desenlace.
Francia parecía una fruta madura, pero sólo lo parecía. Antes del descanso, dio un aviso en una jugada a balón parado que acabó en la red, después de transitar entre Benzema y Menez. El juez de línea levantó la bandera, erróneamente. En la vuelta al campo se produjeron dos circunstancias clave. La primera, la lesión de Arbeloa; la segunda, el cambio de Gonalons por Valbuena realizado por Deschamps. España quedó con un central natural, uno improvisado y dos laterales de perfil ofensivo, hecho que la desfiguró por todas partes. Ambas, combinadas con el paso adelante de Ribéry y, en sociedad con él, Benzema, fueron como un cambio de piel.
El peligro fue todo de Francia, con un disparo de Cara Cortada Ribéry, una llegada de Benzema y un disparo a la tribuna de Sissoko, que llegó como un bisonte, pasado. Mucho más de lo que producía España, sin capacidad para contrarrestar lo que se le venía encima, en lo táctico y en lo físico. En defensa, un flan; en ataque, torpe. La salida de Torres no consiguió el efecto deseado, impreciso en todos los balones, mientras los contraatques de los franceses eran de manual, con Ribéry al mando. Un error de Juanfran dejó el último servido y materializado por Giroud, tercer cambio de un hábil Deschamps. Justo fue su premio.
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