domingo, 28 de octubre de 2012

Subsaharianos a la espera para poder saltar la valla



Son los que menos recursos tienen, y también los más desesperados. Subsisten con las sobras que encuentran en los contenedores o gracias a la caridad de asociaciones de derechos humanos o voluntarios anónimos. Sus bolsillos están vacíos. No tienen ni un dirham para poder pagar a las mafias de la inmigración clandestina y reservarse una plaza en una patera para intentar alcanzar España por la vía marítima. Se llaman a sí mismos la Champions League de los subsaharianos bloqueados en Marruecos. 

A pocos kilómetros de la frontera con Melilla, se agazapan en el Monte Gurugú a la espera de su oportunidad para lanzarse a la carrera persiguiendo el sueño de saltar la valla y pisar suelo español, como los últimos 60 que probaron suerte el pasado viernes. De todos ellos, más de una treintena lo logró. Y el pasado día 16, unos 300 también lo intentaron y consiguió entrar más de un centenar. 
Empieza el frío y se avecinan las lluvias. El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (Ceti) de la ciudad autónoma, con un techo bajo el que cobijarse, es mucho más apetecible que dormir a cielo abierto en el bosque. 


Sobre todo porque en el monte hay muchos peligros. «La policía marroquí ha entrado de nuevo en el monte y ha vuelto a agredirnos», denuncia Elvis, un marfileño que dice tener 30 años. Cuenta que salió de Costa de Marfil para refugiarse en Marruecos. Pero, a la luz de la situación que atraviesan él y sus camaradas, reconoce que nunca tendría que haber salido de su país, donde perdió la vida su mujer antes de que iniciara el viaje, hace ya dos años. 


Elvis es uno de los subsaharianos que se esconde en alguno de los campamentos que organizan los inmigrantes en el Gurugú, a unos 20 minutos campo a través de la valla. Los que han podido hacerse con algo de dinero se establecen en la vecina localidad de Farhana, sobre todo las mujeres y los niños. 
Después de las últimas intentonas de los subsaharianos de pasar a Melilla, se han multiplicado las redadas en la zona. De 10 en 10, los vehículos blancos de la Gendarmería marroquí peinan los bosques del Gurugú y sus alrededores a la caza de los clandestinos. Según fuentes oculares, un helicóptero ha llegado a sobrevolar el área y no es extraño ver de vez en cuando a los subsaharianos a la carrera tratando de escapar de los agentes marroquíes. 

Musa tiene 18 años. Malvive en el Gurugú desde hace dos meses. El pasado día 16 intentó saltar la valla, pero no lo consiguió. Asegura que en su país, Guinea Conakry, era futbolista. «No llegué ni a tocar el alambre», dice. «Si Dios quiere, lo lograré algún día, cruzaré la barrera». Su objetivo no es España, sino Alemania. «Quiero llegar hasta allí para jugar al balón». 

Tras las últimas detenciones, «hay gente que viene a traernos comida», como un español que les reparte algo de pan desde su bicicleta. Pero, aun así, las condiciones en las que subsisten «son muy duras». Su campamento se compone de unos cuantos colchones, viejos y raídos, esparcidos por el suelo, y una rudimentaria cocina entre las piedras donde preparan con suerte potajes de patatas, cebollas y zanahorias. Sus pequeños tesoros -las mantas, medicamentos o comida que consiguen- los esconden repartidos por el monte para que no se los confisquen los agentes marroquíes en sus emboscadas. 

Un joven subsahariano, camarada de Musa, reconoce que ha estado en la valla varias veces y que siempre le han tirado para atrás. El día 16 lo intentó y salió en muletas. «Me curó el pie torcido la gente de Médicos Sin Fronteras». 

«Nosotros buscamos un futuro mejor en Europa, pero, a cambio, estamos bloqueados en Marruecos y tenemos las piernas y los dientes rotos», continúa. Según denuncian, la policía marroquí les golpea en las articulaciones para que no puedan ni acercarse a la valla. 


«¿No hay un Ceti en Melilla? ¿Por qué, cada vez que consigo entrar, los españoles me devuelven a los marroquíes? ¿Por qué no me dejan permanecer en ese centro?», se pregunta un chico de Chad. «La UE financia a Marruecos para que su policía controle la frontera y que la valla sea cada vez más alta», se queja, contrariado, mientras señala los arañazos que le dejó el alambre en sus manos y su torso. 

Todos coinciden en su cansancio. Algunos llevan encerrados en Marruecos meses, pero otros suman ya varios años dando vueltas por el país. Tratando de buscar un agujero en el norte de Marruecos para colarse en España. Y, en muchos casos, siendo expulsados a la frontera con Argelia, a tierra de nadie, por donde vuelven a entrar a la marroquí Oujda en cuestión de horas. Muchos de ellos, hastiados, quieren volver a su país. Ser repatriados. 

A otros los controles no les van a echar para atrás.  Volverán a la valla.

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