Los cirujanos habían extraído ya el hígado del cuerpo inerte de Belén cuando un forense que presenciaba la operación se apartó el teléfono móvil de la oreja y habló en alto. «El juez ordena que paréis la extracción. Quiere el cuerpo entero para la autopsia». Los médicos se miraron incrédulos y protestaron. Adujeron que la causa de la muerte era la asfixia y que durante tres días la menor había estado controlada en el hospital, donde se le había practicado todo tipo de análisis. Sin embargo, el forense insistió en la exigencia del juez, que no quería dejar ningún órgano sin examen judicial post mortem. Ayer se supo que las autopsias de Belén y las otras tres chicas han revelado la causa de sus muertes: asfixia por compresión torácica.
Con el fastidio de una donación interrumpida, los cirujanos dejaron el hígado en la mesa y cerraron la muerte de Belén con los riñones dentro, los otros dos órganos que estaban a punto de ser rescatados para el trasplante. Cosieron el cuerpo de la chica, metieron el hígado en una bolsa y enviaron el cadáver y el órgano, por separado, al universo del juez.
Cerca, casi pegada a la camilla de Belén, otra mujer se quedó sin hígado sano. Allí, el equipo del doctor Enrique Moreno estaba preparado para recibir el hígado de Belén e implantarlo en la receptora. Pero ni el hígado ni los riñones -que aún no estaban designados- fueron para nadie. Sólo para la muerte.
Tres fuentes distintas confirman lo ocurrido el sábado por la tarde, cuando los médicos del 12 de Octubre cumplían la voluntad de Belén Langdon y el permiso de sus padres, el regalo de donar su cuerpo muerto para la vida de otros.
Belén acababa de morir del todo, tras más de 76 horas de casi muerte por la asfixia de aquella montonera de Halloween. Inmediatamente después, con la anuencia de la familia, el cuerpo de la chica de 17 años fue trasladado al quirófano. Fuentes médicas cuentan que los cirujanos contaban con una «autorización previa y verbal del juzgado» para extraer los órganos. En el equipo, de una veintena de profesionales, se encontraba un médico forense, algo no habitual en las extracciones para donación.
Ese facultativo estuvo en contacto telefónico con el hasta que, cuando los cirujanos llevaban bastante tiempo trabajando, transmitió la orden paralizadora del juzgado número 51 de Madrid, cuyo titular es Eduardo López Palop.
Los que llevan años en los trajines del trasplante de órganos dicen que un equipo médico jamás inicia una extracción si no tiene autorización del juez, algo que, al menos verbalmente, sí existía en el caso de Belén, según las fuentes consultadas. Lo habitual es extraer los órganos viables y enviar el cadáver al Instituto Anatómico Forense. En el supuesto de que un juez quiera analizar algún órgano una vez concedido el permiso para la donación, los cirujanos practican una biopsia. O sea, obtienen una porción del órgano y la envían para su análisis forense. Pero nunca se aborta un proceso de donación.
En la historia de Belén, los médicos dicen que cualquier sospecha -drogas, alcohol, etcétera- habría sido revelada en sus días de hospitalización. «Los riñones no iban a darle al juez ninguna información y si hubiera habido algo en el hígado se habría detectado antes de la autopsia».
El caso sólo tiene un precedente. En 1995, un juez de Madrid paró una extracción porque sospechó de las causas de la muerte del donante.
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